Platón define al filósofo (amante del
conocimiento o de la sabiduría) como un ser omnívoro,
“un hombre con un apetito
insaciable para aprenderlo todo”. Para
diferenciarlo de músicos y artistas menores distingue Platón al filósofo del
filodoxo. Los estetas y artistas gozan de colores, sonidos y formas bellas,
pero son desconocedores de las formas. Del mismo modo que las personas que sueñan,
ellos toman equivocadamente la apariencia por realidad. El filósofo, por otra
parte, conoce las formas. Platón llama conocimiento (episteme) a su estado mental, en contraposición con el estado
mental de aquellos, al que llamará opinión (doxa)[1].
El filósofo, por ser el que realiza el
ascenso cognoscitivo, es también el hombre que ha alcanzado la virtud. Dado el
intelectualismo mortal presente en la filosofía griega en general y en Platón,
en particular, el que posee la sabiduría (conocimiento del bien) posee las
demás virtudes y es, por tanto, valiente, moderado y justo[2]. La vida
ascética es la vida propia del filósofo, el hombre que busca el saber y se
ocupa lo menos posible del cuerpo. Es, por tanto, la filosofía una forma de
liberación o purificación y el filósofo el hombre que más desea la muerte,
aunque no le es lícito procurársela[3].Esta
conexión entre filosofía y vida buena, es la que conduce a Platón cuando en
distintos mitos (Gorgias, Fedón, Fedro, y República) trata
acerca del destino del alma tras la muerte a establecer como destino del
filósofo la isla de los bienaventurados y la práctica de la filosofía como
único medio de liberarse de sucesivas encarnaciones.
Platón lleva a cabo en diversos pasajes
de su obra una defensa de la filosofía frente a la concepción vulgar de su
época que la consideraba como algo inútil, sobre todo frente a la política
práctica.
En el Gorgias, Calicles acusa a Sócrates de estar corrompido por su
adicción a la filosofía, que está bien como pasatiempo para los jóvenes, pero
es ruinosa para los mayores, que se convierten en soñadores faltos de sentido
práctico y en unos inútiles para sí mismos y para los demás. El que práctica la
filosofía es incapaz de defenderse a sí mismo, a sus propiedades o a los suyos
ante los tribunales y podría acabar siendo condenado incluso a muerte sin
poderse defender. Tales hombres merecen que los azoten, y el mejor consejo que
se le podría dar a Sócrates es que abandone esa absurda actividad. Calicles le
propone la vida política y la práctica de la retórica. Sócrates responde que el
hombre moderado y justo es feliz y, por tanto hay que evitar el desenfreno y
practicar la justicia Un hombre justo puede sufrir numerosos daños y ultrajes,
pero es mayor el perjuicio para quien se los causa, ya que es mejor padecer la
injusticia que cometerla. Los medios que colocan a un hombre en situación de no
padecer injusticia le conducen, sin embargo, casi fatalmente a cometerla, y
esto, según ha quedado demostrado, es el mayor de los males. Cuanta más larga
sea la vida del injusto, mayor es su desgracia; en consecuencia no se debe
procurar conservar la vida a toda costa, sino vivir lo mejor posible. La
verdadera política, según Sócrates, es la que él ejercita; pero como no trata
de agradar sino de procurar el mayor bien a los ciudadanos, le sería muy
difícil defenderse si su vida corriera peligro. Pero la muerte se puede
soportar más fácilmente, cuando no se ha dicho ni hecho nada injusto contra los
dioses ni contra los hombres.
En República
VI, Adimanto objeta a Sócrates que las personas que siguen cultivando la
filosofía en la edad adulta, en lugar de abandonarla cuando ha pasado la edad
escolar, se convierten en bichos raros, inútiles en el mejor de los casos y, en
el peor, en unos depravados. Sócrates responde que la culpa de esto no hay que
achacársela al filósofo genuino. Los filósofos tienen esta reputación por tres
razones:
a) La sociedad no quiere
utilizarlos. Esto lo explica Platón con la parábola de la nave del estado (una
sátira sobre la democracia ateniense). El patrón (el pueblo en una democracia
griega) es fuerte, pero ineficaz. Cada uno de los miembros de la tripulación
(los políticos) piensa que debería ser el timonel, aunque ellos nunca han
aprendido el arte de la navegación y sostienen que no puede enseñarse. Acosan
al patrón para que les deje coger el timón y, si un grupo triunfa sobre los
otros, los arrojan por la borda. Por último, algunos de ellos lo drogan y se
hacen cargo del barco, saquean las provisiones y convierten el viaje en una
orgía, acogiendo como navegante de primera clase a cualquiera que esté
dispuesto a ayudarles en su infame plan. No tienen ni idea de que la navegación
es una ciencia que exige un largo estudio de las estrellas, los vientos y las
estaciones. En un barco gobernado como éste, ¿no se considerará al verdadero
navegante como un inútil, un charlatán y un contemplador de estrellas?
b) La sociedad los corrompe. El
filósofo es un hombre que alcanza el conocimiento superior y por tanto un
virtuoso. Cuando esto se combina con ventajas materiales como la salud, las
relaciones influyentes, las buenas apariencias y la fuerza, estará expuesto a
la corrupción. Platón pensaba en Alcibíades).
c) Los filósofos ficticios ocupan el
lugar del auténtico filósofo. Hay una masa inferior, cuyo lugar apropiado se
encuentra en las ocupaciones artesanales, que invade su territorio “como los criminales se
refugian en un templo”. Éstos son los
impostores que han dado a los filósofos la reputación de ser no sólo inútiles
sino malvados.
En República VII Platón vuelve
al tema en el mito de la caverna. El prisionero que ha logrado ver los seres
reales en el mundo exterior y el mismo sol regresa al interior de la caverna
para intentar liberar a sus compañeros. Al entrar se muestra torpe y ridículo (“Y si tuviese que competir de
nuevo con los que habían permanecido encadenados, opinando acerca de las
sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con
dificultad..., ¿no daría que reír y no se diría de él que por haber subido
arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar
una semejante ascensión?”). Los demás no querrían ser liberados (“¿Y no matarían, si
encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y
hacerles subir?”). Los que tienen éxito adivinando las
secuencias de sombras en el interior de la caverna simbolizan a los políticos
prácticos. Ahora bien Platón afirma que “toda persona razonable debe de recordar que son dos
las maneras y dos las causas por las cuales se ofuscan los ojos: al pasar de la
luz a la tiniebla y al pasar de la tiniebla a la luz. Y una vez haya pensado
que también le ocurre lo mismo al alma, no se reirá insensatamente cuando vea a
alguna que, por estar ofuscada, no es capaz de discernir los objetos, sino que
averiguará si es que, viniendo de una vida más luminosa, está cegada por falta
de costumbre o si, al pasar de una mayor ignorancia a una mayor luz, se ha
deslumbrado por el exceso de ésta; y así considerará dichosa a la primera alma,
que de tal manera se conduce y vive, y compadecerá a la otra, o bien, si quiere
reírse de ella, esa su risa será menos ridícula que si se burlara del alma que
desciende de la luz.” El político
práctico tiene éxito cuando se discute de leyes o constituciones particulares
que son justas o de las que ni siquiera lo son, pero sólo el filósofo conoce la Justicia en sí.
En el Teeteto, Sócrates recuerda la anécdota que le sucedió a Tales de
Mileto, que, por mirar los cielos y observar los astros, dio con sus huesos en
un pozo, provocando que una joven tracia se burlara con ironía de su
preocupación por conocer las cosas del cielo cuando ni siquiera
se daba cuenta de lo que tenía ante sus pies.
Mito de la caverna from slideo
No hay comentarios:
Publicar un comentario