La prudencia (phrónesis) es, para Aristóteles, el
poder de la buena deliberación, no acerca de la manera como deben hacerse las
cosas particulares, o cómo producir la salud o la fuerza (esto es objeto del
arte), sino acerca de “las cosas buenas para
nosotros”, es decir,
sobre la manera como producir un estado de ser general que nos sea
satisfactorio. Es “un modo de ser
racional, verdadero y práctico, respecto de lo que es bueno y malo para el
hombre”. Así el hombre
dotado de sabiduría práctica debe saber como punto de partida, cuáles son las
cosas buenas para el hombre; según la teoría de Aristóteles debe conocer la
conclusión a que él mismo llega en el libro X, a saber, que la mejor cosa para
el hombre es la vida contemplativa y deliberar sobre los medios que permitirán
alcanzarla. La prudencia, pues, es un saber universal porque se refiere a la
totalidad de la vida y el bien del hombre: saber la manera de actuar en la vida
en su conjunto total.
La prudencia es
distinta según Aristóteles tanto de la ciencia como del arte:
a) Como el arte,
la prudencia es un saber montado en la razón de ser y en lo universal, pero que
concierne no a las operaciones, a la poiesis
que el hombre ejecuta sobre las cosas o sobre sí mismo en tanto que cosa, sino
un saber que concierne a las acciones de su propia vida. Decimos también del
que sobresale en la prudencia que es un sabio pero la prudencia no es un saber
hacer cosas. Mientras la poiesis, el
hacer, produce una cosa (ergon), el
hombre vive realizando acciones, no produce obras sino que está en actividad.
Si se quiere hablar de obra, habrá que decir que es una obra que no consiste
sino en el obrar mismo. Por esto su término no es una poiesis sino una praxis. (Para
Aristóteles la praxis -lo práctico en
este sentido griego- no se opone a lo teorético. Todo lo contrario, la teoría
es la forma superior de praxis, de la actividad que se basta a sí misma). Además, aunque hay grados de perfección en el
arte, no los hay en la prudencia. Por último, el que en el arte tiene la
voluntad deliberada de engañarse, es preferible al que se engaña sin saberlo y,
en lo que se refiere a la prudencia ocurre lo contrario.
Por distintas que
sean el arte y la prudencia, tienen, sin embargo, un doble carácter común.
Primero, son un saber con razón y universalidad, como hemos apuntado antes.
Segundo, tanto el ergon, objeto del
hacer, de la poiesis, como la
actividad (energeia) de la praxis vital, “son” en una cierta manera, pero “podrían
ser de otra manera”. De ahí que
estos dos modos de saber tienen una fragilidad inherente a su objeto: algo que
es de una manera pero podría ser de otra. Incluso, aunque de hecho siempre
fuera de la misma manera, este objeto no es necesariamente así.
b) La prudencia
es distinta de la ciencia, así como del intelecto y la sabiduría, porque estos
recaen sobre algo que necesariamente es, “lo
que siempre es” lo llamaban los
griegos, sobreentendiendo que este “siempre” significaba “necesariamente”. Además es la prudencia y no la ciencia la que
puede ser pervertida por el placer y el dolor; el vicio que toma
el placer o el dolor
como el fin de la vida, destruye
el “primer
principio”, es decir la
premisa mayor del silogismo práctico y nos impide reconocer los verdaderos
objetos hacia los cuales la vida debe ser dirigida.
Para una visión general del pensamiento aristotélico es bastante útil la siguiente presentación:
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