miércoles, 15 de mayo de 2013

El animal mentiroso





Nuestra historia cultural hasta el siglo XIX ha sido marcadamente antropocéntrica. Entre las innumerables expresiones del valor concedido al hombre por su inteligencia, conmueve especialmente la de Blaise Pascal en sus Pensamientos:

“El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza, pero un junco que piensa. No es necesario que el universo entero se arme para aplastarle. Un vapor, una gota de agua son bastantes para hacerle perecer. Pero aun cuando el Universo le aplastase, el hombre sería más noble que lo que le mata, porque él sabe que muere. Y la ventaja que el Universo tiene sobre él, el Universo no la conoce.”

Sin embargo, es claro que aciertan los pensadores del siglo XIX al desalojar al hombre del centro. Nietzsche resumió en una fábula lo ridículo que resulta el orgullo y vanagloria con los que el hombre ha contemplado el entendimiento y el conocimiento y creído que estos lo elevaban por encima del  resto de seres:

En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y fatal de la “Historia universal”: pero, a fin de cuentas, solo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer”.

Nietzsche consideraba paradójico que el intelecto produjera ese orgullo cuando solo era un recurso para la conservación de seres débiles. Este sentimiento llevaba a los hombres a engañarse sobre el valor de su existencia. Si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo ánimo, y se siente el centro volante de este mundo. El entendimiento como mecanismo de defensa, según Nietzsche actúa del mismo modo que el mimetismo que permite a ciertos animales adquirir el color de la tierra o la nieve para escapar a sus enemigos, esto es, fingiendo. De este modo, el hombre se defiende fundamentalmente no de los animales de distinta especie, ni siquiera del medio en general, sino de los individuos de su misma especie. En el hombre la ficción ha adquirido un desarrollo inusitado según Nietzsche, hasta el punto de que el engaño, la adulación, el fraude, la murmuración, la escenificación, etc. se han llegado a convertir en norma de conducta.

Es verdad que en ocasiones no resulta el ser humano más elevado que los insectos. La política es esclava de intereses económicos aunque finge servir a los ciudadanos. La democracia es aparente. Frente a esa democracia aparente los ciudadanos, indignados, reclaman en las calles democracia real. Nos roban los derechos sociales y, mientras, se escenifica, como en las antiguas tragedias griegas, la inevitabilidad del destino, incluso la necesidad de pagar la culpa. ¡Y qué gran fraude es Europa!

A nivel personal ya casi nadie se interesa por el otro, cada uno se ocupa de sí mismo. Si veo injusticias me callo sumiso si no me afectan, me callo por si me afectan o, peor, porque me aburren. Solo se murmura.

Quizás el antropocentrismo se ha vuelto aún más pequeño, se ha hecho nacionalismo, partidismo, egocentrismo.

Así que, si Nietzsche pensaba que los animales inteligentes no contaban para la historia universal más allá de un minuto en un rincón, hoy es posible pensar que no merece más ese animal mentiroso que vuela tan bajo como una mosca.


 
   Os recomiendo que leáis o releáis el opúsculo de Nietzsche Sobre verdad y mentira en sentido extramoral:

http://www.nietzscheana.com.ar/textos/sobre_verdad_y_mentita_en_sentido_extramoral.htm

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